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…Corriente y escurridiza, la lava de Ío corre como el aceite de oliva, más rápido que cualquier persona, sería posible quizás ir más rápido que ella yendo en bicicleta pero pedaleando con todas tus fuerzas. Y con una mountain bike podría dar el paseo de su vida, pues Ío posee montañas dos veces más altas que el Everest. Hará falta ropa cálida porque lejos de los volcanes en Ío hay menos de ciento treinta grados bajo cero y está lleno de nieve. Si acercamos la bici a la lava nos quemaríamos por un lado y nos congelaríamos por el otro. Y cuando la lava caliente golpea la nieve fría se ve un chorro magnífico de 400 kilómetros en la fría oscuridad del espacio. Cuando el chorro se enfría vuelve a la superficie en forma de nieve de azufre, como un caleidoscopio el azufre cambia de color según la temperatura y las impurezas. Ío está cubierto de rojo, marrón y amarillo, e incluso verde, debe de poseer una belleza extraordinaria. En el mundo fundido de Ío se busca estudiar la lava, como brota y se enfría. Eso mismo es lo que pretenden estos científicos en el volcán Kilauea de Hawai, y si pudieran lo que harían sería es meter un termómetro en el flujo de lava. Unos mil ciento cincuenta grados centígrados, una temperatura típica en Hawai aunque en Ío esperamos lavas de unos doscientos cincuenta grados más, algo que no se da en la Tierra desde hace miles de millones de años. Ío posee la lava más caliente del Sistema Solar, más de mil cuatrocientos veinte grados. La última vez que se dio esta temperatura en la Tierra fue hace tres mil millones de años, cuando el planeta generaba cuatro veces más lava que hoy. De modo que en Ío se pueden contemplar unos flujos de lava ya extinguidos en la Tierra, es como el Parque Jurásico de los vulcanólogos. Aunque tengamos ganas de visitar Ío, los riesgos son inmensos, y no solo por los volcanes, aquí la radiación procedente de Júpiter supera en cuatromil veces la dosis letal, pero tal vez los científicos nos hayan encontrado un lugar seguro bajo tierra.

El principal obstáculo para la colonización de Ío por los seres humanos es la alta radiación y tal vez lo mejor sea buscar refugio bajo tierra en algo parecido a esto, un tubo de lava. Ío puede estar plagado de tubos vacíos de lava, antiguas cañerías de volcanes ahora latentes con la roca actuando como escudo antirradiación. Manteniendo una exposición mínima saldríamos del tubo de lava en breves incursiones para ver una sorpresa más, el mayor espectáculo de luces del Sistema Solar. Si pudiera estar a la orilla de un río de lava de Ío y mirase hacia el cielo vería un brillo de gases volcánicos muy parecido a la Aurora Boreal terrestre, sería algo verdaderamente espectacular. La aurora se origina cuando el gas dióxido de azufre que expulsan los volcanes golpea las partículas cargadas que emite Júpiter, el gas contra la electricidad forma un gigantesco efecto neón para que recordemos que los noventa y cinco satélites encierran los terrenos más exóticos del Sistema Solar.

Las noventa y cinco lunas dan un nuevo sentido al término deportes extremos, digamos que el pionero fue Alan Shephard que en mil novecientos setenta y uno se posó en el bunker más grande, con una sola mano lanzó una pelota de golf a casi doscientos metros, claro que Tiger Bush la habría enviado casi a kilómetro y medio.

El próximo mundo en el que se pose el ser humano puede no ser el que se piensa. Camino de Marte es posible que nos desviemos a uno de sus dos satélites, el pequeño Deimos o una mota un poco más grande llamada Phobos. Su tamaño y baja gravedad los convierte en visitas más baratas seguras y fáciles que la del planeta rojo. Esta roca del tamaño de Houston y con forma más de patata que de esfera puede ser nuestro próximo hogar en el espacio. Phobos es uno de los satélites más pequeños, tiene un peso muy ligero, la gravedad de la superficie es menos de una milésima que en la Tierra, es decir que un ser humano en Phobos pesaría casi tanto como un ratón en la Tierra. Al pesar unos pocos gramos no iríamos por las superficie caminando sino flotando, pero hay que tener cuidado, existe una capa de polvo fino de un metro de espesor, una patada involuntaria y no se podrá ver nada. Phobos es un lugar muy sucio, el suelo es muy oscuro, tanto como el carbón. Se debe al bombardeo de meteoritos sobre este satélite que ha fragmentado la superficie rocosa formando este suelo de polvo de rocas. Si no tenemos cuidado allí podemos agitarlo todo y montar un lío enorme. Las sombras viajando sobre cráteres pequeños y escarpados cambian rápidamente con la salida y puesta de Sol cada ocho horas. En la oscuridad la temperatura desciende noventa grados hasta alcanzar unos ochenta bajo cero que hielan los huesos. En la bajísima gravedad de Phobos se pueden practicar buenos deportes extremos, incluso un lanzador de béisbol mediocre podría poner una pelota en órbita sin esforzarse mucho, tras unos veinte minutos y completar toda la órbita la pelota puede aparecer desde el otro lado del satélite, sería un partido de béisbol interesante. Y no solo el béisbol, imaginemos las olimpiadas de Phobos, el campeón de halterofilia puede levantar más de cuatrocientos mil kilos, el peso de un jumbo con el máximo de carga. Un gimnasta podría realizar tres mil saltos mortales antes de tocar el suelo veinticinco minutos después y un saltador de altura puede adentrarse más de un kilómetro en el espacio. El medalla de oro despegará de Phobos y entrará en órbita, se convertiría en otro satélite. Después de jugar apetece explorar los extraños surcos paralelos, su origen y su misterio, y los turistas acudirán en masa al gigantesco cráter Stiknik de once kilómetros de ancho. Un cráter a esta escala en la Tierra sería más grande que los Estados Unidos. Esta boca abierta del cráter del meteorito de Arizona es un pálido reflejo. Es un cráter inmenso para Phobos, la vista ha de ser impresionante desde ahí, son once kilómetros de ancho, no estoy seguro de que el ojo pueda abarcarlo todo. Se produjo en lado occidental de Phobos cuando un pequeño asteroide, tal vez del doble de un campo de fútbol, chocó a unos veintidós mil quinientos kilómetros por hora. Phobos es un superviviente, si el impacto hubiese sido un poco mayor el satélite ya no existiría. Un impacto algo mayor habría destrozado el satélite, en vez de eso la colisión inició una tremenda onda de choque que sacudió su interior como una coctelera. Una onda de choque enorme atravesó el pequeño satélite en unos diez segundo destrozando su interior completamente, incluso si Phobos hubiera sido un trozo sólido de roca antes del impacto, se hubiera convertido en escombros. Se crearon muchos huecos, grietas y bloques en su interior, lo cual hoy se manifiesta en forma de pequeñas cavernas interiores…

 

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